viernes, 27 de noviembre de 2009

Homilía de Monseñor Rubén Oscar Frassia-Ordenaciones Sacerdotales 2009

Ordenaciones sacerdotales de Pablo Andrés Balario y Rodolfo Gustavo Veliz Homilía de Monseñor Rubén Oscar Frassia Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús Lanús 25 de noviembre de 2009 Queridos hermanos y hermanas: Esta tarde estamos providencialmente reunidos en este lugar, con la Reliquia del Santo Cura de Ars, que vino de visita a la Argentina y a esta parroquia que lleva el nombre del Sagrado Corazón de Jesús. Recordamos que en la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús -el pasado 19 de junio-, el Papa promulgó el Año Sacerdotal, y al hacerlo habló a los sacerdotes y al Pueblo Santo de Dios, diciéndonos que tenemos que ser fieles al Corazón de Jesús, a Cristo; subrayando así la fidelidad de Cristo para con nosotros y la fidelidad de los sacerdotes para con Cristo. Esta celebración y esta ordenación, donde contamos con la presencia de la Reliquia del Santo Cura de Ars, es para nosotros un bien enorme. Pedimos a Dios que estos dos nuevos sacerdotes, que serán consagrados dentro de pocos instantes, tengan un corazón semejante al de Jesús. Y que también nosotros, sacerdotes, tengamos un corazón semejante al de Jesús. Porque la Iglesia brota y surge del Corazón de Jesús; brota del amor de Dios; brota del sacrificio de Cristo que se inmoló por nosotros en la cruz y su corazón traspasado por la lanza nos muestra que de él brota la Iglesia, brota la gracia, brota la vida. El Cura de Ars decía que un sacerdote es lo más grande que hay en este mundo, porque “por medio de dos palabras traía el cielo a la tierra”, trae a Cristo, la Eucaristía. La figura y la presencia del Cura de Ars, un sacerdote a quien le costó mucho ser ordenado por causa del latín y porque tuvo muchas dificultades hasta ser ordenado y enviado a una parroquia insignificante donde brilló. Porque el sacerdote no brilla por los lugares donde está, sino que brilla si hace, si vive y si cumple la voluntad de Dios. Es allí donde nosotros queremos vivir este misterio y ustedes también tendrán que vivirlo: el misterio escondido de Dios revelado por medio de Jesucristo y compartido por nosotros, para que ustedes -unidos a Cristo- sean fieles a Dios y fieles al Pueblo de Dios que Él les confía. El buen pastor va donde es enviado. “¡Tú vas donde Yo te envío, y es allí donde tienes que fructificar!” La misión del sacerdote es la misión unida con el presbiterio al Obispo, que es la cabeza de la Iglesia y tiene la gracia sacramental de enviar: así como Cristo fue enviado por el Padre, así el obispo envía a sus sacerdotes para ser fieles a Jesucristo. Yo les diría que tengan muy en cuenta que están incorporados, o van a ser incorporados, al presbiterio y en comunión con el Obispo. ¡Esta es su familia! ¡Familia que no desprecia la familia de la sangre ni de la carne! ¡Estimen, amen, trabajen y sirvan por la unión de los presbíteros con el obispo y del obispo con los presbíteros!, para formar un único presbiterio. En este caso, sin agotar la realidad del presbiterio de Avellaneda Lanús, somos los que somos, estamos los que estamos, y tenemos que expresar el amor a Dios, el amor a Cristo, en ese amor concreto a nuestra Iglesia diocesana. El pastor tiene que servir y tiene que hacer la voluntad de Dios. Tiene que hacerlo de “buena gana” no de “mala gana”, no de mal humor, sino con mucho entusiasmo. El sacerdote, además de ser cargado con tantas vicisitudes y tantos problemas, ¡no puede ser amargado! El sacerdote tiene que ser un hombre enamorado de Dios y de allí sacar la fuerza para que con ganas pastoree a su rebaño, sirva a su rebaño y se entregue por su rebaño ya que Dios se lo confió. Queridos hijos, futuros sacerdotes, ¡trabajen con ganas!, ¡con voluntad de amor!, ¡con voluntad de servicio!, ¡con voluntad de decisión! El sacerdote también es padre y como tal tendrá que crecer en la relación con sus hijos. También tendrá que crecer en los vínculos: vínculos con Dios, vínculos con Jesucristo, vínculos con la Iglesia, vínculos con los hermanos. Y esto es muy importante porque ¿cuánto uno podrá crecer?, ¿cómo uno debe crecer?, ¡se crece amando!, ¡se crece equivocándose!, ¡se crece reconociendo y reconociendo uno se da cuenta que ha sido llamado y recibe la gracia para amar y amar más! ¡El sacerdote está en la Iglesia y en el mundo para amar y para amar más! ¡No se dejen secar! ¡No se dejen cortar las piernas! ¡No pierdan el entusiasmo! ¡La alegría de uno es vivir conforme al corazón de Jesucristo! ¡Conforme al corazón del Cura de Ars! ¿Qué hizo el Cura de Ars? Hizo lo que tenía que hacer: un gran catequista, un gran rezador, un gran confesor, que amó entrañablemente la Eucaristía. ¡Eso es lo que tiene que hacer un sacerdote! Sé que las características de ciento cincuenta años atrás, ahora han cambiado. Pero las realidades y los valores no han cambiado. El sacerdote tiene que estar disponible para que uno se pueda confesar. ¡El Pueblo de Dios necesita de la confesión! No lo va a confesar un psicólogo; no lo va a confesar un terapeuta; lo tiene que confesar un sacerdote porque de ahí vienen la gracia de Dios y el perdón. No hablo mal ni del terapeuta ni del psicólogo, pero hay algo que se nos ha confiado y que ningún otro podrá hacer por nosotros. No somos constructores, no somos profesores, no somos genios, ¡pero sí somos “confesores” del amor de Dios!, a través de los medios que el Señor mismo nos ha comunicado: la confesión, la catequesis y la Eucaristía. ¡Estas cosas ustedes no las pueden olvidar jamás! En esta noche, como Pueblo de Dios, ante las reliquias del corazón del Cura de Ars, hay que pedir por el mundo y la Iglesia que necesitan tener corazón de pastores conformes al corazón de Dios. Esto es posible porque Dios lo concede, porque Dios lo quiere, porque el Pueblo de Dios lo necesita y lo reclama; no está pidiendo algo indebido, pide algo que necesita y que nosotros solamente como sacerdotes lo podemos dar. El sacerdote no vive para sí, vive para lo que fue elegido; no se busca a sí mismo sino que tiene que entregarse y tendrá que gastarse; gastar el corazón, gastar la vida por Dios y por su Reino; por Dios y por la gente. ¡No se guarden a ustedes mismos! Porque si se guardan, dejarán de amar y si dejan de amar pierden lo esencial en vuestra vida. Le pedimos a la Virgen -que como Madre nos tiene que ayudar porque Dios quiere estar presente y será esa presencia en ustedes- que los ayude a no olvidar este día, que no pierdan memoria; que el día de la gracia de la ordenación sacerdotal -y del ingreso al presbiterio por mano del obispo de un modo definitivo y de un modo presbiteral- no lo olviden jamás. Comunión. Unión. Entrega. Alegría. Disponibilidad y Servicio. En la Iglesia no hay francotiradores. En la Iglesia, por más razones que uno tenga, no se puede aislar, porque si se aísla, debilita y si debilita, quebranta la unidad. Pidamos al Señor que trabajemos por esta común unión entre Dios con el Obispo, con el presbiterio y con el Pueblo a ustedes confiados. Que el Cura de Ars los ayude a tener un corazón sacerdotal son unos privilegiados. Hoy es un día memorable, muy especial, que no terminen de dar gracias por este día y por la presencia excepcional del corazón del Cura de Ars en vuestra ordenación. Que Dios nos bendiga a todos como Pueblo de Dios, porque también recibimos esta gracia y esta invitación a la que tenemos que volver a anhelar. ¡La santidad es posible! ¡Tenemos que ser santos! ¡Tenemos que ser buenos cristianos! ¡Debemos ser buenas personas! Que el Corazón de Dios palpite en el corazón de ustedes y el de ustedes, hoy y para siempre, se revista de los sentimientos del corazón de Dios. Que así sea

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