jueves, 12 de noviembre de 2009

El Corazón Sacerdotal del Santo Cura de Ars

En la parroquia San Juan María Vianney
7 de noviembre de 2009
Queridos hermanos y hermanas, sacerdotes, religiosas, religiosos, querido pueblo fiel. Estimado señor intendente de Lanús, Darío Díaz Pérez, agradezco su presencia y todo su gabinete. También agradezco a la persona que nos permite que estemos aquí, honrando y venerando la reliquia del Cura de Ars, al Padre Karlo Tyberghien. Un sacerdote que viene de Francia, de la diócesis de Belley Ars, enviado del obispo Guy Bagniard. Aquí, en nuestra parroquia de San Juan María Vianney, hace dos años que hemos pedido esta visita que se concreta el día de hoy. Y como ustedes bien saben, el Santo Padre ha declarado el Año Sacerdotal, extendiendo el patrocinio del Cura de Ars no sólo a los párrocos sino a todos los sacerdotes.
Esta celebración que hacemos, y el honor que sentimos, nos tiene que llevar no sólo a pasar este momento, sino a un compromiso mayor. Estamos hablando de algo que está muy gastado: el corazón de todos los hombres, la sensibilidad de toda la gente, la indiferencia que muchas veces existe entre las personas, el doble juego de las palabras –decir una cosa y hacer otra- y eso repercute en todos los ámbitos de nuestra vida eclesial y social.
Hoy más que nunca, cada uno de nosotros –según el lugar que ocupe en la Iglesia y en la sociedad- tendrá que pedirle al Señor que nos comprometamos y cambie nuestro corazón. Así como hoy recibimos el corazón del Cura de Ars, que también golpee y repercuta en nuestro corazón; ¡para que nuestro corazón cambie!, ¡para que nuestra vida cambie!, ¡para que lo más íntimo de cada uno de nosotros cambie!
Yo no voy a decir qué cosas que cada uno tiene que cambiar, ¡pero cada uno se tiene que dar cuenta de qué cosas tiene que cambiar!, ¡y cómo tenemos que transformarnos!, ¡y cómo tenemos que vivir en serio!, ¡una vida humana en serio y una vida cristiana comprometida en serio!, ¡en espíritu y en verdad; en amor y en servicio! ¡Cada uno tiene que dejarse embromar, porque Dios es lo más serio, y lo serio hay que tratarlo seriamente!
Todos estamos ante esta actitud de pedirle al Señor: “¡yo quiero cambiar mi vida!, ¡no soporto más una vida fría!, ¡no soporto más una vida doble!, ¡no soporto más una vida mediocre!, ¡no soporto más una vida que tenga miedo!”
Estamos en la vida, y en este mundo, como lo dice muy bien el Santo Cura de Ars: ¡Dios nos ha creado y nos ha redimido para salvarnos! Para que en la tierra ya vivamos las cosas definitivas. ¡El cielo, queridos hermanos, el cielo! Porque todo lo demás va a pasar, todas las cosas pasan, pero el cielo es Dios y va a permanecer siempre. Por eso tenemos que vivir, aquí y ahora, en este tiempo y en este presente, ante esta situación que vivimos y tenemos que cultivar, desarrollar y trabajar ¡aquí ya tenemos que vivir el cielo!
Se amasa acá lo que vamos a vivir allá. Pero seriamente, que no significa ser tristes o poner “cara de velorio”; seriamente significa vivir en serio, con gozo; el gozo de ser personas; el gozo de ser cristianos; el gozo de saberse amados; el gozo de poder vivir sirviendo; y el gozo de tener un corazón íntegro, puro, intachable. Porque ¿quiénes verán a Dios? Los que tienen puro el corazón y las manos limpias. Eso es lo que Dios nos pide a través de la visita y presencia del Santo Cura de Ars.
Vamos a pedir al Señor que bendiga nuestra Iglesia diocesana; bendiga nuestra ciudad; bendiga este barrio y las cosas que uno sabe que debemos cambiar, modificar, transformar.
Que amemos en serio.
La vida es lo más serio que hay.
La vida cristiana es lo más serio que hay.
Que no permitamos al pobre que siga siendo pobre.
Que no permitamos a aquel que vive mal que siga viviendo mal.
Que no permitamos que la gente se dañe, se perjudique o se ignore.
Que no permitamos que nuestra vida sea fría o indiferente.
Que no les digamos “bueno, hasta mañana y que Dios te bendiga" y no les ayudemos como tenemos que hacerlo.
El corazón del Cura de Ars nos lleva a que nuestra vida se comprometa en serio, hasta las últimas consecuencias.
En especial pedimos hoy por los sacerdotes, que son los que nos traen el cielo a la tierra. Son aquellos que nos ayudan a vivir y caminar con dignidad, caminar como cristianos. Por ello, que Dios bendiga a nuestro sacerdotes. Que esa fidelidad a Cristo, y esa fidelidad al sacerdocio que han recibido como don, sea el regalo más grande que, como Iglesia, podamos enaltecer, reconocer y agradecer.
También rezamos por la vida consagrada. Por las religiosas, por los religiosos, porque nuestra vida humana y cristiana tiene esta realidad, este horizonte. Nuestra vida eclesial se forma a través del sacerdote, porque el sacerdocio ministerial es aquel que perdona nuestros pecados, que nos trae la gracia, que nos cambia la vida, que nos reconcilia con el Señor, que nos ayuda a vivir y que nos alimenta el alma con la Eucaristía.
De corazón: que los jóvenes sientan el llamado que el Señor les hace y que no tengan miedo a responderle. Si el Señor llama, el Señor da la gracia. Si el Señor da la gracia también da la fuerza para encontrar la respuesta.
A todos nosotros, cuando Dios nos llama, nos saca de una situación, de un lugar, y nos envía en una misión. Y si el Señor lo hace es lo mejor que nos puede pasar. No es ninguna desgracia saberse llamado por el Señor en la Iglesia.
¡Necesitamos pastores conforme al corazón de Jesús!
¡Pastores conforme al corazón del Cura de Ars!
El Cura de Ars fue un hombre sencillo, simple; no se perfeccionó en nada pero sí en el amor de Dios, en al amor a Cristo y en el amor a la Iglesia. Vivió lo que tenía que vivir en esa pequeña parroquia, en esa aldea de Ars, de ciento treinta habitantes y cuarenta familias que vivían allí, donde el obispo lo mandó porque no sabía dónde mandarlo. Allí él trabajó, fructificó, hizo lo que tenía que hacer: su trabajo de sacerdote. Nada más pero tampoco nada menos.
Vamos a pedir al Santo Cura de Ars que fortalezca nuestro corazón. Nuestro corazón sacerdotal; nuestro corazón humano y nuestro corazón cristiano. Que podamos vivir en serio ese compromiso.
Somos las personas más importantes; somos las personas más responsables; somos las personas que más hemos recibido y que también se nos va a pedir cuentas. Cuenta del hermano: de lo que hicimos, de lo que no hicimos, de lo que omitimos, de lo que olvidamos o de lo que hemos negado. Cuando hablamos del corazón, no estamos hablando de la sensibilidad epidérmica de un órgano. Estamos hablando de la intimidad de una persona.
Que el corazón del Cura de Ars, semejante y muy cercano al corazón de Jesús, hoy nos de fuerza, hoy agrande nuestro corazón, hoy enternezca nuestro corazón, hoy nos purifique el corazón de todas las heridas, de todos los vestigios, de todas nuestras limitaciones.
Cuando salgamos de aquí y vayamos a nuestros lugares, algo haya pasado. Que ninguno de los que estamos aquí quedemos igual.
Que Dios nos bendiga, la Virgen interceda y el Santo Cura de Ars haga más humano y más cristiano nuestro corazón. Que así sea.

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