CARTA ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
MAPA para los PERIODISTAS
Este texto se ofrece como apoyo para una primera lectura
de la Encíclica, ayudando a tener una visión de conjunto y detectar las líneas
de fondo. Las primeras dos páginas presentan la Laudato si' en conjunto, y
luego cada página corresponde a un capítulo, señala su objetivo y reproduce
algunos párrafos clave. Los números entre paréntesis remiten a los párrafos de
la Encíclica. En las últimas dos páginas se recoge el índice completo.
«¿Qué tipo de mundo queremos
dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?» (n. 160). Esta
pregunta está en el centro de Laudato si', la esperada Encíclica del Papa
Francisco sobre el cuidado de la casa común. Y continúa: «Esta pregunta no afecta
sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la cuestión de
modo fragmentario», y nos conduce a interrogarnos sobre el sentido de la
existencia y el valor de la vida social: «¿Para qué pasamos por este mundo?
¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué trabajamos y luchamos? ¿para qué nos
necesita esta tierra?»: si no nos planteamos estas preguntas de fondo -dice el
Pontífice - «no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan obtener
resultados importantes».
La Encíclica toma su nombre de la
invocación de san Francisco, «Laudato si', mi' Signare», que en el Cántico de
las creaturas recuerda que la tierra, nuestra casa común, «es también como una
hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos
acoge entre sus brazos» (1). Nosotros mismos «somos tierra (cfr Gn 2,7).
Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el
aliento y su agua nos vivifica y restaura» (2).
Pero ahora esta tierra maltratada
y saqueada clama (2) y sus gemidos se unen a los de todos los abandonados del
mundo. El Papa Francisco nos invita a escucharlos, llamando a todos y cada uno
-individuos, familias, colectivos locales, nacionales y comunidad
internacional- a una "conversión ecológica", según expresión de San
Juan Pablo II, es decir, a «cambiar de ruta», asumiendo la urgencia y la
hermosura del desafío que se nos presenta ante el «cuidado de la casa común».
Al mismo tiempo, el Papa Francisco reconoce que «se advierte una creciente
sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece
una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro
planeta» (19), permitiendo una mirada de esperanza que atraviesa toda la
Encíclica y envía a todos un mensaje claro y esperanzado: «La humanidad tiene
aún la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (13); «el ser
humano es todavía capaz de intervenir positivamente» (58); «no todo está
perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo,
pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse» (205).
El Papa Francisco se dirige,
claro está, a los fieles católicos, retomando las palabras de San Juan Pablo
II: «los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la
creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de
su fe» (64), pero se propone «especialmente entrar en diálogo con todos sobre
nuestra casa común» (3): el diálogo aparece en todo el texto, y en el capítulo
5 se vuelve instrumento para afrontar y resolver los problemas. Desde el
principio el Papa Francisco recuerda que también «otras Iglesias y Comunidades
cristianas -como también otras religiones- han desarrollado una profunda
preocupación y una valiosa reflexión» sobre el tema de la ecología (7). Más
aún, asume explícitamente su contribución a partir de la del «querido Patriarca
Ecuménico Bartolomé» (7), ampliamente citado en los nn. 8-9. En varios
momentos, además, el Pontífice agradece a los protagonistas de este esfuerzo
-tanto individuos como asociaciones o instituciones-, reconociendo que «la
reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y organizaciones
sociales [ha] enriquecido el pensamiento de la Iglesia sobre estas cuestiones»
(7) e invita a todos a reconocer «la riqueza que las religiones pueden ofrecer
para una ecología integral y para el desarrollo pleno del género humano» (62).
El recorrido de la Encíclica está
trazado en el n. 15 y se desarrolla en seis capítulos. A partir de la escucha
de la situación a partir de los mejores conocimientos científicos disponibles
hoy (cap. 1), recurre a la luz de la Biblia y la tradición judeo-cristiana
(cap. 2), detectando las raíces del problema (cap. 3) en la tecnocracia y el
excesivo repliegue autorreferencial del ser humano. La propuesta de la
Encíclica (cap. 4) es la de una «ecología integral, que incorpore claramente
las dimensiones humanas y sociales» (137), inseparablemente vinculadas con la
situación ambiental. En esta perspectiva, el Papa Francisco propone (cap. 5) emprender
un diálogo honesto a todos los niveles de la vida social, que facilite procesos
de decisión transparentes. Y recuerda (cap. 6) que ningún proyecto puede ser
eficaz si no está animado por una conciencia formada y responsable, sugiriendo
principios para crecer en esta dirección a nivel educativo, espiritual,
eclesial, político y teológico. El texto termina con dos oraciones, una que se
ofrece para ser compartida con todos los que creen en «un Dios creador
omnipotente» (246), y la otra propuesta a quienes profesan la fe en Jesucristo,
rimada con el estribillo «Laudato si'», que abre y cierra la Encíclica.
El texto está atravesado por
algunos ejes temáticos, vistos desde variadas perspectivas, que le dan una
fuerte coherencia interna: «la íntima relación entre los pobres y la fragilidad
del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica
al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la
invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor
propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de
debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política
internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo
estilo de vida.» (16).
Capítulo 1º - «Lo que le está
pasando a nuestra casa»
El capítulo asume los
descubrimientos científicos más recientes en materia ambiental como manera de
escuchar el clamor de la creación, para «convertir en sufrimiento personal lo
que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno
puede aportar» (19). Se acometen así «varios aspectos de la actual crisis
ecológica» (15).
El cambio climático: «El cambio
climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales,
económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales
desafíos actuales para la humanidad» (25). Si «El clima es un bien común, de
todos y para todos» (23), el impacto más grave de su alteración recae en los
más pobres, pero muchos de los que «tienen más recursos y poder económico o
político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en
ocultar los síntomas» (26): «La falta de reacciones ante estos dramas de
nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel sentido de
responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad
civil» (25).
La cuestión del agua: El Papa
afirma sin ambages que «el acceso al agua potable y segura es un derecho humano
básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las
personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos
humanos». Privar a los pobres del acceso al agua significa «negarles el derecho
a la vida radicado en su dignidad inalienable» (30).
La pérdida de la biodiversidad:
«Cada año desaparecen miles de especies vegetales y animales que ya no podremos
conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver, perdidas para siempre» (33). No
son sólo eventuales "recursos" explotables, sino que tienen un valor
en sí mismos. En esta perspectiva «son loables y a veces admirables los
esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los
problemas creados por el ser humano», pero esa intervención humana, cuando se
pone al servicio de las finanzas y el consumismo, «hace que la tierra en que
vivimos se vuelva menos rica y bella, cada vez más limitada y gris» (34).
La deuda ecológica: en el marco
de una ética de las relaciones internacionales, la Encíclica indica que existe
«una auténtica deuda ecológica» (51), sobre todo del Norte en relación con el
Sur del mundo. Frente al cambio climático hay «responsabilidades
diversificadas» (52), y son mayores las de los países desarrollados.
Conociendo las profundas
divergencias que existen respecto a estas problemáticas, el Papa Francisco se
muestra profundamente impresionado por la «debilidad de las reacciones» frente
a los dramas de tantas personas y poblaciones. Aunque no faltan ejemplos
positivos (58), señala «un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad»
(59). Faltan una cultura adecuada (53) Y la disposición a cambiar de estilo de
vida, producción y consumo (59), a la vez que urge «crear un sistema normativo
que [ ... ] asegure la protección de los ecosistemas» (53).
Capítulo 2º - El Evangelio de la
creación
Para afrontar la problemática
ilustrada en el capítulo anterior, el Papa Francisco relee los relatos de la
Biblia, ofrece una visión general que proviene de la tradición judea-cristiana
y articula la «tremenda responsabilidad» (90) del ser humano respecto a la
creación, el lazo íntimo que existe entre todas las creaturas, y el hecho de
que «el ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y
responsabilidad de todos» (95).
En la Biblia, «el Dios que libera
y salva es el mismo que creó el universo», y «en Él se conjugan el cariño y el
vigor» (73). El relato de la creación es central para reflexionar sobre la
relación entre el ser humano y las demás criaturas, y sobre cómo el pecado
rompe el equilibrio de toda la creación en su conjunto. «Estas narraciones
sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones fundamentales
estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra.
Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no sólo externamente,
sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado» (66).
Por ello, aunque «si es verdad
que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las
Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a
imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio
absoluto sobre las demás criaturas» (67). Al ser humano le corresponde
«"labrar y cuidar" el jardín del mundo (d. Gn 2,15)>> (67),
sabiendo que «el fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero
todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término
común, que es Dios» (83).
Que el ser humano no sea patrón
del universo «no significa igualar a todos los seres vivos y quitarle al ser
humano ese valor peculiar» que lo caracteriza ni «tampoco supone una
divinización de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a
proteger su fragilidad» (90). En esta perspectiva «todo ensañamiento con
cualquier criatura "es contrario a la dignidad humana"» (92), pero
«no puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la
naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y
preocupación por los seres humanos» (91). Es necesaria la conciencia de una
comunión universal: «creados por el mismo Padre, todos los seres del universo
estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia
universal, [ ... ] que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde»
(89).
Concluye el capítulo con el
corazón de la revelación cristiana: el «Jesús terreno» con su «relación tan
concreta y amable con las cosas» está «resucitado y glorioso, presente en toda
la creación con su señorío universal» (100).
Capítulo 3º - La raíz humana de la crisis ecológica
Este capítulo presenta un
análisis de la situación actual «de manera que no miremos sólo los síntomas
sino también las causas más profundas» (15), en un diálogo con la filosofía y
las ciencias humanas.
Un primer fundamento del capítulo
son las reflexiones sobre la tecnología: se le reconoce con gratitud su
contribución al mejoramiento de las condiciones de vida (102-103), aunque
también da «a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico
para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y
del mundo entero» (104). Son justamente las lógicas de dominio tecnocrático las
que llevan a destruir la naturaleza y a explotar a las personas y las
poblaciones más débiles. «El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su
dominio sobre la economía y la política» (109), impidiendo reconocer que «el
mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión
social» (109).
En la raíz de todo ello puede
diagnosticarse en la época moderna un exceso de antropocentrismo (116): el ser
humano ya no reconoce su posición justa respecto al mundo, y asume una postura
autorreferencial, centrada exclusivamente en sí mismo y su poder. De ello
deriva una lógica "usa y tira" que justifica todo tipo de descarte,
sea éste humano o ambiental, que trata al otro y a la naturaleza como un simple
objeto y conduce a una infinidad de formas de dominio. Es la lógica que conduce
a la explotación infantil, el abandono de los ancianos, a reducir a otros a la
esclavitud, a sobrevalorar las capacidades del mercado para autorregularse, a
practicar la trata de seres humanos, el comercio de pieles de animales en vías
de extinción, y de "diamantes ensangrentados". Es la misma lógica de
muchas mafias, de los traficantes de órganos, del narcotráfico y del descarte
de niños que no responde al deseo de sus padres padres (123).
Desde esta perspectiva, la
Encíclica afronta dos problemas cruciales para el mundo de hoy. En primer
lugar, el trabajo: «En cualquier planteo sobre una ecología integral, que no excluya
al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo» (124), pues
«Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito inmediato es
muy mal negocio para la sociedad». (128)
En segundo lugar, los límites del
progreso científico, con clara referencia a los OGM (132-136), que son «una
cuestión ambiental de carácter complejo» (135). Si bien «en algunas regiones su
utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver
problemas, hay dificultades importantes que no deben ser relativizadas» (134),
por ejemplo «una concentración de tierras productivas en manos de pocos» (134).
El Papa Francisco piensa en particular en los pequeños productores y en los
trabajadores del campo, en la biodiversidad, en la red de ecosistemas. Es por
ello necesario asegurar «una discusión científica y social que sea responsable
y amplia, capaz de considerar toda la información disponible y de llamar a las
cosas por su nombre», a partir de «líneas de investigación libre e
interdisciplinaria» (135).
Capítulo 4º - Una ecología integral
El núcleo de la propuesta de la
Encíclica es una ecología integral como nuevo paradigma de justicia, una
ecología que «incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus
relaciones con la realidad que lo rodea» (15). De hecho no podemos «entender la
naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida»
(139). Esto vale para todo lo que vivimos en distintos campos: en la economía y
en la política, en las distintas culturas, en especial las más amenazadas, e
incluso en todo momento de nuestra vida cotidiana.
La perspectiva integral incorpora
también una ecología de las instituciones. «Si todo está relacionado, también
la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el
ambiente y en la calidad de vida humana: "Cualquier menoscabo de la
solidaridad y del civismo produce daños ambientales"» (142).
Con muchos ejemplos concretos el
Papa Francisco ilustra su pensamiento: hay un vínculo entre los asuntos ambientales
y cuestiones sociales humanas, y ese vínculo no puede romperse. Así pues, «el
análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los
contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada
persona consigo misma» (141), porque «no hay dos crisis separadas, una
ambiental y la otra social, sino una única y compleja crisis socio-ambiental»
(139).
Esta ecología ambiental «es
inseparable de la noción de bien común» (156), que debe comprenderse de manera
concreta: en el contexto de hoy en el que «donde hay tantas inequidades y cada
vez son más las personas descarta bies, privadas de derechos humanos básicos»,
esforzarse por el bien común significa hacer opciones solidarias sobre la base
de una «opción preferencial por los más pobres» (158). Este es el mejor modo de
dejar un mundo sostenible a las próximas generaciones, no con las palabras,
sino por medio de un compromiso de atención hacia los pobres de hoy como había
subrayado Benedicto XVI: «además de la leal solidaridad intergeneracional, se
ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad
intrageneracional» (162).
La ecología integral implica
también la vida cotidiana, a la cual la Encíclica dedica una especial atención,
en particular en el ambiente urbano. El ser humano tiene una enorme capacidad
de adaptación y «es admirable la creatividad y la generosidad de personas y
grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente, [ ... ]
aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad» (148).
Sin embargo, un desarrollo auténtico presupone un mejoramiento integral en la
calidad de la vida humana: espacios públicos, vivienda, transportes, etc.
(150-154).
También «nuestro propio cuerpo
nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres
vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para
acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común; mientras
una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a
veces sutil de dominio» (155).
Capítulo 5º - Algunas líneas orientativas y de acción
Este capítulo afronta la pregunta
sobre qué podemos y debemos hacer. Los análisis no bastan: se requieren
propuestas «de diálogo y de acción que involucren tanto a cada uno de nosotros
como a la política internacional» (15) y «que nos ayuden a salir de la espiral
de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo» (163). Para el Papa
Francisco es imprescindible que la construcción de caminos concretos no se afronte
de manera ideológica, superficial o reduccionista. Para ello es indispensable
el diálogo, término presente en el título de cada sección de este capítulo:
«Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente, donde es
difícil alcanzar consensos. [ ... ]la Iglesia no pretende definir las
cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero [yo] invito a un debate
honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías
no afecten al bien común" (188)
Sobre esta base el Papa Francisco
no teme formular un juicio severo sobre las dinámicas internacionales
recientes: «las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no
respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no
alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces»
(166). Y se pregunta «¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será
recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario
hacerlo? (57). Son necesarios, como los Pontífices han repetido muchas veces a
partir de la Pacem in terris, formas e instrumentos eficaces de gobernanza
global (175): «necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza global
para toda la gama de los llamados "bienes comunes globales"» (174),
dado que «"la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base al
cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes
que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover
adecuadamente"» (190, que cita las palabras del Compendio de la doctrina
social de la Iglesia).
Igualmente en este capítulo, el
Papa Francisco insiste sobre el desarrollo de procesos decisionales honestos y
transparentes, para poder "discernir" las políticas e iniciativas
empresariales que conducen a un «auténtico desarrollo integral» (185). En
particular, el estudio del impacto ambiental de un nuevo proyecto «requiere
procesos políticos transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción,
que esconde el verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores,
suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente»
(182).
La llamada a los que detentan
encargos políticos es particularmente incisiva, para que eviten «la lógica
eficientista e inmediatista» (181) que hoy predomina. Pero «si se atreve a
hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como humano y
dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa
responsabilidad» (181).
Capítulo 6º - Educación y espiritualidad ecológica
El capítulo final va al núcleo de
la conversión ecológica a la que nos invita la Encíclica. La raíz de la crisis
cultural es profunda y no es fácil rediseñar hábitos y comportamientos. La
educación y la formación siguen siendo desafíos básicos: «todo cambio necesita
motivaciones y un camino educativo» (15). Deben involucrarse los ambientes
educativos, ante todo «la escuela, la familia, los medios de comunicación, la
catequesis» (213).
El punto de partida es
"apostar por otro estilo de vida" (203-208), que abra la posibilidad
de «ejercer una sana presión sobre quienes detentan el poder político,
económico y social» (206). Es lo que sucede cuando las opciones de los
consumidores logran «modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a
considerar el impacto ambiental y los patrones de producción» (206).
No se puede minusvalorar la
importancia de cursos de educación ambiental capaces de cambiar los gestos y
hábitos cotidianos, desde la reducción en el consumo de agua a la separación de
residuos o el «apagar las luces innecesarias» (211). «Una ecología integral
también está hecha de simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la
violencia, del aprovechamiento, del egoísmo» (230). Todo ello será más sencillo
si parte de una mirada contemplativa que viene de la fe. «Para el creyente, el
mundo no se contempla desde afuera sino desde adentro, reconociendo los lazos
con los que el Padre nos ha unido a todos los seres. Además, haciendo crecer
las capacidades peculiares que Dios le ha dado, la conversión ecológica lleva
al creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo» (220).
Vuelve la línea propuesta en la
Evangelii Gaudium: «La sobriedad, que se vive con libertad y conciencia, es
liberadora» (223), así como «la felicidad requiere saber limitar algunas
necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las múltiples
posibilidades que ofrece la vida» (223). De este modo se hace posible «sentir
que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás
y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos» (229).
Los santos nos acompañan en este
camino. San Francisco, mencionado muchas veces, es el «ejemplo por excelencia
del cuidado por lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría»
(10). Pero la Encíclica recuerda también a San Benito, Santa Teresa de Lisieux
y al beato Charles de Foucauld.
Después de la Laudato si', el
examen de conciencia -instrumento que la Iglesia ha aconsejado para orientar la
propia vida a la luz de la relación con el Señor- deberá incluir una nueva
dimensión, considerando no sólo cómo se vive la comunión con Dios, con los
otros y con uno mismo, sino también con todas las creaturas y la naturaleza.
INDICE
Laudato si' mi' Signare (1-2)
Nada de este mundo nos es indiferente
(3-6) Unidos por la misma preocupación (7-9)
San Francisco de Asís (10-12)
Mi llamado (13-16)
Capítulo primero
Lo que le está pasando a nuestra casa
Lo que le está pasando a nuestra casa
I. Calentamiento global y
contaminación
Contaminación, basura y cultura del descarte (20-22)
El clima como bien común (23-26)
II. La cuestión del agua (27-31)
III. Pérdida de biodiversidad
(32-42)
IV. Deterioro de la calidad de la
vida humana y decadencia social (43-47)
V. Inequidad planetaria (48-52)
VI. La debilidad de las
reacciones (53-59)
VII. Diversidad de opiniones
(60-61)
Capítulo segundo
El evangelio de la
creación (62)
I. La luz que ofrece la fe (63-64)
II. La sabiduría de los relatos
bíblicos (65-75)
III. El misterio del universo
(73-83)
IV. El mensaje de cada criatura
en la armonía de todo lo creado (84-88)
V. Una comunión universal (89-92)
VI. El destino común de los
bienes (93-95)
VII. La mirada de Jesús (96-100)
Capítulo tercero
La raíz humana de
la crisis ecológica (101)
I. La tecnología: creatividad y
poder (102-105)
II. La globalización del
paradigma tecnológico (106-114)
III. Crisis y consecuencias del
antropocentrismo moderno (115-121)
4.1. El relativismo práctico (122-123)
4.2. La necesidad de preservar el trabajo (124-129)
4.3. La innovación biológica a partir de la
investigación (130-136)
Capítulo cuarto
Una ecología
integral (137)
1. Ecología
ambiental, económica y social (138-142)
2. La ecología cultural (143-146)
3. La ecología humana y el espacio de la vida cotidiana
(147-155)
4. El principio del bien común (156-158)
5. Una justicia intergeneracional bien entendida (159-162)
Capítulo quinto
Algunas líneas de
orientación y acción (163)
I. El diálogo sobre el ambiente en la política
internacional (164-175)
II. El diálogo hacia nuevas
políticas nacionales y locales (176-181)
III. Favorecer debates sinceros y
honestos (182-188)
IV. Política y economía en
diálogo para la plenitud humana (189-198)
V. Las religiones en el diálogo
con las ciencias (199-201)
Capítulo sexto
Educación y
espiritualidad ecológica (202)
1. Apostar por otro estilo de vida (203-208)
2. Educación para la alianza entre la humanidad y el
ambiente (209-215)
3. La conversión ecológica (216-221)
4. Gozo y paz (222-227)
5. El amor civil y político (228-232)
6. Los signos sacramentales y el descanso celebrativo (233-237)
7. La Trinidad y la relación entre las criaturas (238-240)
8. La Reina de todo lo creado (241-242)
9. Más allá del sol (243-246)
Oración interreligiosa por
nuestra tierra
Oración cristiana con la creación
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