Cuento
realizado por la Periodista LILIANA HERNANDEZ
El guiso, al igual que el puchero y la sopa tienen
un común denominador en Argentina, lo que las cocineras experimentadas llaman:
“todo bicho que camina va a parar a la olla”. Eso significa que se realizan con
los ingredientes que se tienen a mano, un buen fuego y la infaltable olla,
siendo ésta una típica comida “de pobres” en sus inicios, llegando a
convertirse en estos tiempos en comida gourmet. Esta preparación casi común a
todas las civilizaciones comienza con la alfarería.
El guiso se compone básicamente de algunas verduras
u hortalizas fritas y luego se incorporan legumbres, cereales, carnes,
condimentos y hierbas aromáticas.
Dentro de las múltiples variedades de guisos se
encuentra el guiso carrero, el cual debe su nombre a la carreta tirada por
caballos o mulas y de un gancho pendía la olla negra que se bamboleaba con el
paso de los animales. Dicha olla tal vez no fue negra en sus inicios, pero con
el paso del tiempo, la falta de elementos de limpieza y el tizne de la leña, al
poco tiempo ya tomaba ese color. El guiso carrero se distingue porque es muy
espeso al punto que al enfriar se puede clavar la cuchara en él. Esto se debe a
que es más fácil trasladarlo sus sobras de un lugar para otro con los
movimientos propios de la carreta.
Cuento: El guiso lo guió.
Pedro vivía con su mamá Amancay en un ranchito muy
humilde en la Patagonia. Tenían algunas ovejas a las cuales les sacaban la lana
cuando comenzaba el verano y Amancay hacía abrigos para ellos y también, para
vender en el pueblo. Bricio la ayudaba juntando leña y llevando a las ovejitas
a pastar todos los días. La vida era dura y el invierno muy frío, pero Pedro
esperaba esos días porque Amancay le preparaba un guiso sabroso con hierbas
aromáticas de la cordillera. Era el mejor guiso de todos los que había probado
y su aroma se sentía a muchas leguas cuando volvía con las ovejas.
Luego de un invierno especialmente crudo cuando Pedro
regresaba con las ovejitas, perdió a la más traviesa y corrió para buscarla,
cuando la encontró estaba tan cansado que se sentó un ratito apoyándose en un
cohiue y se durmió abrazado a su oveja. Al despertar era de noche y pensando
que su mamá se iba a preocupar mucho quiso desandar el camino, pero no pudo y
se perdió.
Amancay, al ver que las ovejas llegaron sin Pedro,
caminó hasta el pueblo y pidió ayuda. Todos salieron a buscarlo con faroles y
gritando su nombre; sin embargo no había respuesta. Amancay lloraba
desconsolada y los vecinos no querían asustarla pero se avecinaba una gran tormenta
de nieve y en poco tiempo deberían parar la búsqueda.
La mamá no sabía qué hacer; mientras todos lo
buscaban, ella lo esperaba sola en el rancho, cuando se le ocurrió una gran
idea, prepararía el mejor guiso que había hecho jamás y le pondría todas las
hierbas que tenía.
Bricio tenía frío, hambre y… mucho miedo. Algunos
lobos aullaban a lo lejos. Pensaba en su mamá y el calor de la fogata nocturna
hasta que comenzó a sentir el aroma inconfundible del guiso que ella le
preparaba, aunque dudó que fuera real y que tal vez su imaginación lo
traicionaba.
Mientras caminaba
guiado por el olor de la comida se encontró con los vecinos que lo arroparon y
lo llevaron a salvo a su casita. Al llegar todos comieron un cucharón del guiso
preferido de Pedro. Esa noche madre e hijo se durmieron abrazados, pensando la
suerte que tuvieron de estar de nuevo juntos y lo milagroso que era el guiso
además de exquisito.
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