Este cuento fue escrito por la periodista LILIANA HERNANDEZ
María era una joven, que como tantas otras vino a la
capital desde el norte del país, en busca de trabajo y oportunidades para
lograr triunfar en lo que ella se consideraba excelente: la cocina. María era
no vidente, pero ello nunca fue un impedimento para lograr sus metas. Vino de
su pueblito con una valija y se alojó en una pensión. Con los pocos ahorros que
tenía, puso un puesto en una feria y vendía verduras y hortalizas. Ello le ocupaba casi todo el día y por las
noches recorría restaurantes en busca de trabajo como cocinera, pero nunca la
contrataban.
Un día, María, llegó a un restó muy importante del
barrio de Recoleta “El tulipán negro”. El dueño fue muy amable con ella pero le
explicó las dos razones por las cuales no podía contratarla. La primera era que
ella no se especializaba en sushi y en comidas fusión y la segunda era que, al
ser no vidente, él temía que tuviera algún accidente en la cocina que no se pudiera
preveer. De todas formas la invitó a tomar una gaseosa. A partir de ese momento,
ella lo visitaba seguido, esperando que Mario cambiara de opinión y a su vez él
la esperaba con gusto, pero firme en su decisión de no emplearla.
Un día María, al hacer las compras para su puesto,
vio en el mercado un enorme zapallo y, por su aroma, prometedor de exquisito
gusto. Decidió llevárselo a Mario como obsequio ya que él siempre era muy
amable. Mario recibió con gusto el obsequio y mientras charlaban, antes que
abriera el negocio al público, le contó que ese día era muy importante para su
local gastronómico dado que una empresa multinacional recibiría a la plana
mayor de la casa central en Japón y el restaurante completo estaría ocupado por
el evento, ya que había sido elegido por la calidad del sushi y su especialidad
en comida fusión peruana japonesa.
Mientras conversaban, de repente, se cortó la luz.
Salieron a la calle y parecía que el corte de luz abarcaba muchas manzanas a la
redonda porque sólo se veía las luces de los autos.
Por suerte Mario tenía un grupo electrógeno y se
arreglaría perfectamente ante este inconveniente. Pero él no se imaginó que el
problema era otro, uno a uno los mozos, el chef, los cocineros y ayudantes de
cocina fueron llamando explicandole que les era imposible llegar a su trabajo.
Algunos quedaron atrapados en el subte, otros en el puente eléctrico que cruza
el río y otro en el ascensor de su casa. Sólo llegó el lavacopas que utilizaba
su bicicleta para trasladarse.
¡Esta es mi ruina! – exclamó Mario- ¡mi
desprestigio!
María sonrió y le dijo que era una buena oportunidad
para que ella cocinara y él pudiera comprobar qué buena era y dado que había
zapallo haría una carbonada como le enseñó su abuela.
¡Carbonada! En lugar de sushi, qué locura – pensó
Mario, pero no se lo dijo a María para no ofenderla y porque no había otro plan
“B” que se le ocurriera, además ella ya
se estaba encaminando hacia la cocina junto con el lavacopas y su
zapallo debajo el brazo.
María no veía, pero se dio cuenta de lo grande y
surtida era esa cocina y pensaba si su familia hubiera podido verla allí como,
una reina, haciendo lo que le gustaba, mientras el lavacopas la asistía y hacía
lo que ella le indicaba. Según las instrucciones cortó la panceta, los ajíes
rojos y verdes, las cebolla, zanahorias y la carne en cubitos. Mientras tanto
María seleccionaba las especias, había de todo y más, y desgranaba los choclos.
Mario se paró en la puerta esperando a los invitados
y mirando las estrellas; con el apagón se podían ver mejor que nunca, ¿Cuánto
hacía que no las veía? Sintió paz y felicidad y pensó que, seguramente, esa era
la calma que antecede a la tormenta del desprestigio total para su negocio.
Al llegar la comitiva, Mario los atendió y también
se ocupó de servir las mesas; así había comenzado en su carrera, atendiendo las
mesas. Primero sirvió la carbonada a los japoneses, quienes al llevársela a la
boca preguntaron qué estaban comiendo. Mario, respiró profundo y con su
perfecto inglés les dijo que se llamaba “carbonada”. Los ejecutivos de la sede
argentina se estaban por levantar de las mesas muy enojados cuando el
presidente de la compañía dijo que era exquisito. Además aclaró que cada vez
que visitan una sucursal en algún lugar del mundo siempre le preparan sushi y
que, a pesar de que le encantaba, él prefería probar las comidas típicas del
país. Todos aprobaron el plato, algunos porque les gustó y otros porque
deseaban quedar bien con el presidente.
A partir de ese momento María dejó su puesto en la
feria y se convirtió en cocinera del restó. Aprendió a preparar las comidas
emblemáticas del lugar y Mario incluyó la carbonada en el menú, pero con
algunos cambios. Ah… me olvidaba de contar que el lugar ya no se llama el
“Tulipán negro” sino “M&M”, pero el porqué de su nombre es otra historia…
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