sábado, 5 de junio de 2010

CORPUS CHRISTI 2010

Homilía del Sr. Arzobispo en la Solemnidad de Corpus Christi

1. Acabamos de escuchar el evangelio: nos dice que en aquel tiempo Jesús se puso a hablar a la gente acerca del Reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía ya la tarde y los discípulos se le acercaron para pedirle que despidiera a la gente como diciendo: ya se terminó el trabajo, es hora de irse a casa. Pero Jesús sentía otra cosa. Jesús se daba cuenta de que la gente lo seguía porque quería estar con Él. A todos nos conmueve cuando alguien quiere estar con nosotros simplemente porque nos quiere. A Jesús también le conmueve que la gente se quiera quedar con Él. El pueblo sencillo intuye que esto es lo más profundo del corazón de Dios: Jesús es el Dios con nosotros, el Dios que vino para quedarse en nuestra historia: “todos los días estoy con ustedes, hasta el fin del mundo”. Jesús se alegra de que la gente tenga ganas de estar con Él porque siente que es el Padre el que alimenta este deseo en el corazón de los hombres: “Nadie viene a mí si mi Padre no lo atrae. Y yo no rechazo a ninguno de los que Él me da”. Es verdad que la gente le pedía que sanara a los enfermos y que a todos les gustaba que les contara parábolas y les hablara del Reino, pero más que nada a la gente le gustaba estar cerca de Jesús, quedarse ratos largos con Él. La gente intuía con su Fe que Él ya entonces era el Pan Vivo, el Pan del Cielo que el Padre nos da; y estar cerca de ese Pan da Vida, Vida Plena. Como dice el Buen Pastor: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Y Yo les doy Vida eterna” (Jn. 10, 27-28).

2. Esto acontece también hoy. La gente sigue a Jesús. Aunque no siempre venga a las ceremonias a las que invita la Iglesia, porque la cultura pagana que nos invade tiende a desvalorizar nuestras tradiciones y busca reemplazarlas, pero el pueblo fiel de Dios continúa escuchando la voz de su Buen Pastor y lo sigue. Me gusta pensar que las peticiones del pan, del trabajo, de la salud… y las promesas con que nuestro pueblo acude al Señor además de constituir necesidades verdaderas, son como excusas lindas que tiene nuestra gente para estar cerca de Jesús. El pueblo fiel de Dios sigue deseando con hambre verdadera a Aquel que es su Pan de vida. Lo vemos porque cuando alguien habla con el pan de la verdad, como Jesús, dando testimonio con su vida, nuestro pueblo le cree. Cuando alguien obra al estilo de Jesús, con el pan de la mansedumbre y la santidad, nuestro pueblo se le arrima con devoción, como vemos que pasa con nuestros santos: Ceferino, el cura Brochero, don Zatti, la Mamá Antula…Cuando alguien pone en práctica los gestos de Jesús y comparte el pan de la misericordia y el pan de la solidaridad, nuestro pueblo lo reconoce y le ofrece su colaboración, como vemos que sucede en torno a la gente buena que ayuda a los demás. Y donde están los signos del Pan – la Casa y la Madre-, los signos de que Dios quiso quedarse con nosotros, como en Lujan, nuestro pueblo acude masiva y mansamente. Como decíamos el día de la Virgen: en Luján María se quedó con nosotros, para que sintamos que nuestra Patria tiene una Madre y que el Santuario es la Casa de los argentinos.

3. Seguimos a Jesús allí donde es más Pan, allí donde nos muestra que quiere “estar con nosotros”. La Eucaristía es el Signo mayor de ese deseo ardiente del Señor de alimentarnos, de darnos Vida, de entrar en comunión con los hombres. Por eso es el Sacramento de nuestra fe, la prueba de su amor. Nosotros, que tenemos la gracia de vivir en esta tierra bendita y que sabemos discernir lo que es un buen pan, no podemos reemplazar esa hambre del Pan verdadero. Como pueblo Argentino, que sabe lo que es el verdadero pan, le decimos al Pan de Vida –Jesucristo- y le decimos que no las sustancias de la muerte; le decimos al Pan de la Verdad, y le decimos que no al palabrerío de los discursos huecos y banales; le decimos al Pan del Bien común, y le decimos que no a toda exclusión y a toda inequidad; le decimos al Pan de la Gloria que parte para nosotros Jesús resucitado y le decimos que no a la chabacanería pagana que deja vacío el corazón.

4. Nosotros sabemos que sólo Jesús es el Pan de Vida. El Padre nos lo ha dado. Hay un solo Pan vivo y verdadero que nació en Belén, creció en Nazareth, murió en el Calvario y resucitó el domingo: Jesucristo, nuestro Señor.Y queremos hacernos cargo de que ese pan, así como es un regalo de Dios es también un trabajo para nosotros. El Señor nos pide que lo ayudemos a repartirse como Pan, quiere estar cerca de la gente que lo necesita a través de nuestras manos. Jesucristo, Pan de vida quiere que lo ayudemos a darse, a partirse para estar, a ser pan para alimentar y a repartirse para unir, para unirnos a todos en torno a sí: a nuestras familias y a nuestro pueblo argentino. El Señor no sólo tiene el amor de darse sino la delicadeza de hacernos participar en la dulce tarea de repartirlo. Y al repartirlo nos hacemos Comunidad. Porque el Pan crea vínculos, hace que nos quedemos, que trabajemos juntos para prepararlo y luego hagamos sobremesa para agradecerlo. Es tan especial la comunión que el Señor gesta con la Eucaristía, que quiso dejar en su Iglesia a personas que consagran su vida entera al servicio del Pan. Los sacerdotes hacemos que el Pan de Vida esté siempre al alcance del Pueblo de Dios. Rezamos hoy especialmente por ellos, por nuestros curas, en este fin del año sacerdotal. Les damos las gracias por hacer presente a Jesús en medio de nuestra vida cotidiana, en cada perdón, en cada unción, en cada Eucaristía.

5. ¡Alabado sea el santísimo Pan del Cielo, que nuestro Padre nos da! Acerquémonos a recibir el Pan de vida, roguémosle al Señor que se quede con nosotros. Pidámosle de corazón: Señor, danos siempre de este Pan.Recibamos y compartamos con todo nuestro amor el Pan de Vida en esta fiesta del Corpus. Pan recibido, Pan compartido. Que el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos guarden para la vida eterna.

Buenos Aires, 5 de junio de 2010 Card. Jorge Mario Bergoglio s.j

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