viernes, 1 de marzo de 2019

CARBONADA PARA LOS JAPONESES


Este cuento fue escrito por la periodista LILIANA HERNANDEZ

María era una joven, que como tantas otras vino a la capital desde el norte del país, en busca de trabajo y oportunidades para lograr triunfar en lo que ella se consideraba excelente: la cocina. María era no vidente, pero ello nunca fue un impedimento para lograr sus metas. Vino de su pueblito con una valija y se alojó en una pensión. Con los pocos ahorros que tenía, puso un puesto en una feria y vendía verduras y hortalizas.  Ello le ocupaba casi todo el día y por las noches recorría restaurantes en busca de trabajo como cocinera, pero nunca la contrataban.

Un día, María, llegó a un restó muy importante del barrio de Recoleta “El tulipán negro”. El dueño fue muy amable con ella pero le explicó las dos razones por las cuales no podía contratarla. La primera era que ella no se especializaba en sushi y en comidas fusión y la segunda era que, al ser no vidente, él temía que tuviera algún accidente en la cocina que no se pudiera preveer. De todas formas la invitó a tomar una gaseosa. A partir de ese momento, ella lo visitaba seguido, esperando que Mario cambiara de opinión y a su vez él la esperaba con gusto, pero firme en su decisión de no emplearla.

Un día María, al hacer las compras para su puesto, vio en el mercado un enorme zapallo y, por su aroma, prometedor de exquisito gusto. Decidió llevárselo a Mario como obsequio ya que él siempre era muy amable. Mario recibió con gusto el obsequio y mientras charlaban, antes que abriera el negocio al público, le contó que ese día era muy importante para su local gastronómico dado que una empresa multinacional recibiría a la plana mayor de la casa central en Japón y el restaurante completo estaría ocupado por el evento, ya que había sido elegido por la calidad del sushi y su especialidad en comida fusión peruana japonesa.

Mientras conversaban, de repente, se cortó la luz. Salieron a la calle y parecía que el corte de luz abarcaba muchas manzanas a la redonda porque sólo se veía las luces de los autos.
Por suerte Mario tenía un grupo electrógeno y se arreglaría perfectamente ante este inconveniente. Pero él no se imaginó que el problema era otro, uno a uno los mozos, el chef, los cocineros y ayudantes de cocina fueron llamando explicandole que les era imposible llegar a su trabajo. Algunos quedaron atrapados en el subte, otros en el puente eléctrico que cruza el río y otro en el ascensor de su casa. Sólo llegó el lavacopas que utilizaba su bicicleta para trasladarse.

¡Esta es mi ruina! – exclamó Mario- ¡mi desprestigio!

María sonrió y le dijo que era una buena oportunidad para que ella cocinara y él pudiera comprobar qué buena era y dado que había zapallo haría una carbonada como le enseñó su abuela.

¡Carbonada! En lugar de sushi, qué locura – pensó Mario, pero no se lo dijo a María para no ofenderla y porque no había otro plan “B” que se le ocurriera, además ella ya  se estaba encaminando hacia la cocina junto con el lavacopas y su zapallo debajo el brazo.

María no veía, pero se dio cuenta de lo grande y surtida era esa cocina y pensaba si su familia hubiera podido verla allí como, una reina, haciendo lo que le gustaba, mientras el lavacopas la asistía y hacía lo que ella le indicaba. Según las instrucciones cortó la panceta, los ajíes rojos y verdes, las cebolla, zanahorias y la carne en cubitos. Mientras tanto María seleccionaba las especias, había de todo y más, y desgranaba los choclos.

Mario se paró en la puerta esperando a los invitados y mirando las estrellas; con el apagón se podían ver mejor que nunca, ¿Cuánto hacía que no las veía? Sintió paz y felicidad y pensó que, seguramente, esa era la calma que antecede a la tormenta del desprestigio total para su negocio.

Al llegar la comitiva, Mario los atendió y también se ocupó de servir las mesas; así había comenzado en su carrera, atendiendo las mesas. Primero sirvió la carbonada a los japoneses, quienes al llevársela a la boca preguntaron qué estaban comiendo. Mario, respiró profundo y con su perfecto inglés les dijo que se llamaba “carbonada”. Los ejecutivos de la sede argentina se estaban por levantar de las mesas muy enojados cuando el presidente de la compañía dijo que era exquisito. Además aclaró que cada vez que visitan una sucursal en algún lugar del mundo siempre le preparan sushi y que, a pesar de que le encantaba, él prefería probar las comidas típicas del país. Todos aprobaron el plato, algunos porque les gustó y otros porque deseaban quedar bien con el presidente.

A partir de ese momento María dejó su puesto en la feria y se convirtió en cocinera del restó. Aprendió a preparar las comidas emblemáticas del lugar y Mario incluyó la carbonada en el menú, pero con algunos cambios. Ah… me olvidaba de contar que el lugar ya no se llama el “Tulipán negro” sino “M&M”, pero el porqué de su nombre es otra historia…

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